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Meditación según Patanjali




Todo el yogui moderno le encanta citar a Patanjali como el canon a seguir por el practicante dedicado. Los Yoga Sutras son la obra de referencia que todos tenemos para consulta en la mesita para noches de insomnio e inquietudes.


Ese saludo al sol que hacemos cuando nos levantamos no tiene espacio en el citado texto. Nos dice que “La postura debe ser estable y cómoda “(II.46). “La respiración debe ser larga y sutil.” (II.50). Y ahí se acaba. No hay vinyasa, no hay referencia a ninguna postura específica. Desecha el cuerpo como vehículo hacia la emancipación espiritual.


La mayor parte de los aforismos están exclusivamente dedicados a la mente y a la psicología de la mente. De una forma sucinta, lo que hace Patanjali, es analizar la mente para poder liberarse de ella. “Yoga es el cese de las fluctuaciones de la mente.” (I.2). En realidad te está diciendo que yoga es lo hay cuando la mente ya no está.


La pregunta ahora es: ¿lo que hacemos en la práctica te acerca a este estado? Mi respuesta es que sí. En realidad todo lo que el yoga significa para mí en todas sus dimensiones tiene su origen en las asanas. Si no hubiera empezado haciendo saludos al sol y las secuencias de ashtanga no hubiera llegado a la meditación ni mucho menos a la filosofía del yoga.


Pero ahora que llegamos al momento de meditar es importante verificar que significa, como se hace y para qué sirve.


Patanjali quiere desvincularse de su propia mente afirmando que esta es la fuente de todo sufrimiento. Presenta un método aparentemente sencillo que es el sendero óctuple del yoga (ashtanga yoga). Ahí dice que previamente a los estados de no mente (samadhi) existe el dharana y el dhyana: la concentración y la meditación. La concentración alargada en el tiempo deriva en la meditación. Esta es la puerta para el samadhi.


Imaginad un tren a toda velocidad. Tú miras y ves una línea continua casi homogénea al ojo desnudo. Cuando el tren reduce su rapidez te das cuenta de que existen ventanas, puertas, colores y parece que no es un trazo único. Da la sensación que existe algo que recorta esa línea. Los vagones surgen con la lentitud. Y cuando se reduce la premura del tren descubres que existe algo entre los vagones, algo que se puede vislumbrar en medio de los carruajes. No puedes ver lo que hay, pero sabes que existe algo. Solo cuando el tren se detiene uno se da de bruces con una nueva realidad. Hay un mundo entero por descubrir del otro lado del vehículo. Puede que no consigas acceder al otro lado del tren, pero ya viste que ese mundo se halla ahí. Si el tren queda parado tiempo suficiente, quizás te dé tiempo para saltar al otro lado y experimentar la dicha de algo nuevo.


Es la lentitud que permite la meditación. Es la tardanza en arrancar de la mente que te da la posibilidad de experimentar un mundo inefable. Cuando arranca la locomotva mental, las palabras inundan todo tu mundo. Es la maldición del lenguaje. Todo lo que tú puedes decir que eres, no lo eres.


Cuando nos sentamos mirando la nariz y sintiendo esa brizna de aire que entra y sal del cuerpo, buscamos una oportunidad para a travesar el ferrocarril.

 
 
 

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